martes, 20 de octubre de 2015

EL ARTE DE AMARGARSE LA VIDA

EL ARTE DE AMARGARSE LA VIDA

¿Qué puede esperarse de un hombre? Cólmelo usted de todos los bienes de la tierra, sumérjalo en la felicidad hasta el cuello, hasta encima de su cabeza, de forma que a la superficie de su dicha, como en el nivel del agua, suban las burbujas, dele unos ingresos que no tenga más que dormir, ingerir pasteles y mirar por la permanencia de la especie humana; a pesar de todo, este mismo hombre de puro desagradecido, por simple descaro, le jugará a usted en el acto una mala pasada. A lo mejor comprometerá los mismos pasteles y llegara a desear que le sobrevenga el mal más disparatado, la estupidez más antieconómica, sólo para poner a esta situación totalmente razonable su propio elemento fantástico de mal agüero. Justamente, sus ideas fantásticas, su estupidez trivial, es lo que querrá conservar.../.
Estas palabras proceden de la pluma de un hombre que Friedrich Nietzsche consideraba el más grande de los psicólogos de todos los tiempos: Feodor Mijailovich Dostoievski. En realidad sólo dicen, bien que en un tono más elocuente, lo que la sabiduría popular sabe desde siempre: "no hay nada más difícil de soportar que una serie de días buenos".
Ya es hora de acabar con los milenarios cuentos de viejas que presentan la felicidad, la dicha, la buena fortuna como objetivos apetecibles. Demasiado tiempo se ha tratado de convencernos -y lo hemos creído de buena gana- de que la búsqueda de la felicidad al fin nos deparará felicidad.
Lo gracioso del caso es que el concepto de felicidad ni siquiera puede definirse: «289 pareceres contó Terencio Varrón, Y Agustín abunda en este sentido. Todos los hombres quieren ser felices, dice Aristóteles». Una sabia historia judía al respecto narra que un hijo manifiesta a su padre el deseo de casarse con la señorita Katz. «El padre se opone, porque la señorita Katz no aporta nada. El hijo replica que sólo será feliz se casa con la señorita Katz. El padre le dice: "Ser feliz, ¿y de qué te servirá esto?"».

            No nos hagamos ilusiones: ¿qué seríamos o dónde estaríamos si nuestro infortunio? Lo necesitamos "a rabiar", en el sentido más propio de esta palabra. (Paul Watzlawick)

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